Miércoles, 27 de Julio de 2005 - Crítica de El día de mañana.
l día de mañana ("The Day After Tomorrow", 2004) es una película que me ha sorprendido gratamente, no porque se trate de un film extraordinario, sino porque se ha elevado muy por encima de las bajas expectativas que abrigaba sobre ella. Su director, Roland Emmerich, que además coguioniza el film, es autor de grandes producciones comerciales de género fantástico y ciencia ficción, algunas, taquillazos de renombre, como "Independence Day" o "Godzilla", otras, rodadas para su sobreexplotación en vídeo, como "Stargate" (1996). Mi satisfacción proviene más de algunos detalles de la película que de su planteamiento general. Hay que alabar, desde luego, la temática de la historia, que se sostiene en una ligera crítica a las imprevisibles consecuencias del cambio climático y, en un segundo plano, de la inaceptable situación de los países subdesarrollados. Como era de esperar, el film no se preocupa de desarrollar dicha crítica, y nos sitúa en el momento en el que la catástrofe está a punto de consumarse. Antes incluso de llegar a estrenarse en España, donde ha cosechado un éxito muy relativo, la película ya animaba las críticas en su contra por su escaso rigor científico: en efecto, aún con los escasos conocimientos objetivos que tenemos sobre el fenómeno, resulta inimaginable que pueda tener tales consecuencias en un periodo tan corto de tiempo. El contraargumento es bien sencillo: cualquier exageración es disculpable si con ello se logra inspirar a dormidas conciencias, más aún tratándose de una historia que ha de adaptarse a los rigores del género al que por lógica pertenece. La larga mano de los hombres de negocios y las decisiones de despacho son advertibles fácilmente en "El día de mañana", se revelan en la elección de un grupo de colegiales (público juvenil, siempre sustancioso a efectos comerciales) y de una familia (público adulto) para protagonizar la acción. Los impresionantes efectos especiales creados por Industrial Light & Magic predominan en la primera parte del film, surtida de violentos encontronazos, algunos muy sorprendentes y conseguidos, de los incautos ciudadanos con las fuerzas de la naturaleza, mientras que el científico interpretado por Dennis Quaid nos radia al paso la escalada de los acontecimientos. En la segunda parte del film, muy diferente, este mismo personaje, como no podía ser de otro modo, se reconvierte en hombre de acción para, en nevada y kilométrica odisea, cumplir la promesa de ir en auxilio de su hijo, en lo que supone una mala solución para el guión, ya que no se alcanza a comprender el objetivo práctico de este heroico viaje. Creo que no vale la pena insistir más en los errores del guión, que más que errores son vicios, bien conocidos por todos, del cine comercial americano. Las situaciones ilógicas, poco creíbles o improbables, disminuyen la autenticidad de los acontecimientos, pero agilizan la narración. La sensiblería, los convencionalismos, el ensalzamiento de los valores tradicionales, el retrato complaciente de un mundo dividido en ganadores y perdedores, son otros de estos vicios, no menos inofensivos. Si entramos en las consideraciones positivas, hay que reconocer primero, como a todo buen artesano americano, la calidad de la planificación, que es perfecta salvo por unos mínimos errores de timing. La repetición, casi plano por plano, de algunas espectaculares y recordadas escenas de anteriores películas del realizador, no empaña la creatividad en la concepción estética del mundo apocalíptico al que, si bien irregularmente, se nos traslada. Este nuevo mundo de la edad de hielo nos recuerda a una especie de Rusia siberiana que integra además las vestimentas y hasta las actitudes de los personajes. El nuevo estado de cosas que emerge impone además sus reglas, como convenientemente se nos muestra en la escena en que los jóvenes han de sobrevivir a unos lobos para acceder a los víveres de un barco que, sorpresivamente, ha encallado en el mismo centro de Manhattan. Otros tramos del film están expuestos en un cierto tono que mezcla ironía con resonancias bíblicas, especialmente las imágenes que muestran el éxodo de los estadounidenses a México. El movimiento espectral de los fenómenos atmosféricos y de la formación del hielo parece felizmente sacado de una película de terror. En fin, una mala película que guarda alguna preciosa sorpresa. (Por: Hamm)
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