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Miércoles, 12 de octubre del 2005 - En contra del... ¡subtitulado!.

ue las películas hay que verlas en su versión original y con subtitulado es una opinión bastante difundida entre los que se dicen "cinéfilos", opinión pocas veces cuestionada y sobre la que guardo fuertes y fundadas discrepancias. Seamos precisos: las películas hay que verlas en versión original y sin subtítulos. En caso de que no tengamos un dominio fluido del idioma en el que este hablado, mi preferencia es por el cine doblado. La primera razón a anteponer es una verdad de perogrullo: el arte del cine, como todos sabemos, se basa en una experiencia personal del espectador frente a la materia fílmica, en cuya confusión con la realidad misma consiste precisamente su esencia y su particularidad frente a otras formas de expresión. Por tanto, la lectura de líneas de texto junto al visionado de las imágenes perturba dicha experiencia, y el trastorno es tanto más grave cuanto el film observe una mayor maestría en su compenetración con la esencia del arte cinematográfico, el poder de la imagen y su síntesis con el sonido. Ocurre por ejemplo, en realizadores como Hitchcock, que los diálogos encubren la verdad que esconden los personajes, una verdad que se revela silenciosamente por medio de sus expresiones y las relaciones que los enfrentan entre sí. Otras veces, y especialmente en la comedia, el subtitulado rompe con la eficacia de la sorpresa, del tempo cómico incluso, corrompiendo la intención original del realizador. Una segunda razón, no menos importante, pasa por admitir las limitaciones que impone el desconocer un idioma. No podemos pretender comprender las sutilezas de una interpretación cuando no entendemos lo que de hecho el actor está interpretando en cada momento, cuando no conocemos el universo expresivo de su idioma, sus diversas prácticas comunicativas. La gran invitación de un film extranjero consiste precisamente en adentrarse en ese conocimiento. La tercera razón es más simple: radica en la necesidad de valorar con justicia el trabajo de los dobladores, desde luego no siempre perfecto, pero que representa un intento encomiable de trasladar esa compleja realidad expresiva a nuestra realidad local. Su trabajo consiste precisamente en encontrar un equilibrio entre ambos mundos. La pérdida de riqueza que se da en el proceso es inevitable, pero existe igualmente en la traducción del subtitulado.




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