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Sábado, 8 de octubre del 2005 - Crítica de Bajo la piel.

Cine DVD films película Crítica de Bajo la piel de Francisco J. Lombardi con Ana Risueño José Luis Ruiz

ay amores que sobreviven y se alimentan de la desconfianza, la traición y el engaño, pues nada de esto importa cuando el deseo y la pasión lo envuelven todo. En un rapto de locura, los celos reviven el instinto criminal de su reducto subterráneo y subcutáneo, y, en la tierra sembrada con la sangre ritual de los ancestros, resucitan innombrables quimeras del pasado. Los cuerpos se funden, y bajo la piel esconden sus secretos. "Bajo la piel" (Francisco J. Lombardi, 1996), está mejor en su concepto originario que en la plamación del mismo en imágenes. Bien es verdad que decir lo contrario no sería más que una ocurrencia, porque el film toma su historia prestada de Dostoyevsky, nada menos que de Crimen y castigo, si bien adaptándola con indudable éxito a un ambiente tan dispar como el Perú actual. La apacible vida de un pueblo hipotético de Perú se ha visto perturbada por una serie de asesinatos que por su truculencia parecen señalar a algún tipo de oscuro rito arcaico. Tomándo esta como su única referencia, el agente Percy (José Luis Ruiz), encargado del caso, encarcela, con la oposición de parte del pueblo, a un respetado arqueólogo. Las labores de investigación le llevan a conocer a una doctora forense, Marina (Ana Risueño), una misteriosa española, con la que inicia un tórrido romance de inesperadas consecuencias para sí mismo y para el caso que ha de resolver. Con estos elementos como punto de partida, Lombardi realiza un thriller con toques de misterio que demuestra su solvencia tras la cámara, pero que no está exento de ciertos desaciertos que empañan su trabajo. El film, que se abre inadvertidamente con un flash-back que alcanza hasta sus momentos finales, guarda importantes similitudes con el tipo de thriller que por aquellos años se venía realizando en España (de hecho, este país toma parte en la coproducción), lo que se advierte muy especialmente en cierto tono inofensivo de suspense con el que está narrado, en la forma de subsumir la trama policiaca en la historia romántica, que es en realidad la que da curso a los acontecimientos, y, en general, en los aspectos más técnicos de la producción, como el montaje. Por lo tanto, toda la consideración hacia un realizador que no tiene como único referente la llamada "meca del cine" (véase Iñarritu y un interminable etcétera). Por otro lado, la forma con la que poco después de comenzado el film, Lombardi obvia el relato policial, convirtiéndolo en una serie de apuntes cuya narración pone en boca de los mismos personajes, para centrar su interés casi exclusivamente en la relación amorosa de los protagonistas, lleva al film a una grave indefinición. El misterio planteado inicialmente parece desvincularse de la obra, apareciendo intermitente y descompensadamente, para retomarse ya avanzado el metraje. Los desacompasados tiempos tampoco acompañan las escenas que se podrían esperar más intensas, que sufren por un suspense más bien incierto, si bien si parecen poder contar con la curiosidad del espectador. En efecto, el film produce la sensación de hacerse esperar demasiado, alargando las escenas hasta que los acontecimientos se desencadenan, lo que no deja de ser también un síntoma de la falta de inventiva al nivel del detalle, de la despreocupación por dar cuerpo a las escenas, de animarlas de algún modo, si acaso con algún aderezo superfluo. Por otro lado, la parsimonia y parquedad que exhibe Lombardi, unido a su asombrosa capacidad para ir, subrepticiamente, diseminando pistas por todo el relato, hacen que el espectador se pregunte constantemente, tomándose las debidas pausas, sobre quien puede ser el asesino de la historia. Y lo que es aún más sorprendente, Lombardi deja finalmente la mayoría de los interrogantes sin respuesta, animando al espectador a que decida a su criterio, y coronando el film con un aura de misterio como hasta entonces no había tenido. Una ambientación sin fisuras ayuda a retratar un pequeño y compacto universo de personajes que remiten a un Perú cargado de Historia, un universo filmado sin aspavientos, sin demasiada ambición quizá, con algunos planos que el realizador parece haber seleccionado expresamente para colmar su vena más esteticista (la escena del decaimiento moral del preso, asido a los barrotes, o la escena en que Marina descansa sobre un mosaico Inca). La música de Bingen Mendizábal adquiere presencia de tanto que agota, y recurrentemente, parece querer destacar los fallos del film, más que aliviarlos. En cuanto a los actores, podemos disfrutar de José Luis Ruiz, que se nos revela excelente en cuanto tiene la oportunidad, pero cuya interpretación se resiente al mantener de principio a fin del metraje una tensión en la que pocos matices pueden caber (y que aventaja a la del espectador por varios puntos). Ana Risueño fracasa estrepitosamente (especialmente cuando se enfrenta a textos largos) en el mejor papel del film, una mujer (fatal) a la vez inquietante, descarada y seductora, un papel en el que sin embargo sí se vislumbran ciertos problemas de adaptación de los diálogos, que parecen haber sido escritos para una actriz peruana, y que podrían haber puesto en apuros a la española. Sin embargo, los actores secundarios están excelentemente seleccionados, y dan la talla, cada uno en su papel. Nada más, sobre este film premiado en San Sebastián, tan recomendable como irregular, y que en muchos aspectos muestra la sabiduría de un realizador a imitar.



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