Sábado, 23 de Julio de 2005 - Crítica de La Balada de Narayama.
a Balada de Narayama ("Narayama bushiko") logró despertar el entusiasmo del jurado de Cannes en 1983, siendo el realizador del film Shohei Imamura galardonado con la Palma de Oro de este festival. Desde entonces, esta adaptación de unas historias de Shichirô Fukazawa, se ha convertido en un referente del cine de autor japonés. La película nos retrata la vida tradicional en una pequeña e inhóspita aldea de montaña, a unos personajes fuertemente imbricados en el grupo familiar y guiados por costumbres ancestrales. Cualquier director se hubiera dejado llevar por planteamientos complacientes, la belleza de la naturaleza y su equilibrio con la vida del hombre, el efecto del tiempo detenido en formas de obrar irracionales, la permanencia de las cosas... Pero el caso de Imamura es el de un realizador preocupado por el conflicto entre las personas, y sobre todo, el conflicto del hombre con su realidad. Los personajes en este film son zafios, sucios, repugnantes, como corresponde a su modo de vida. Es un mundo en el que lo que prevalece es la supervivencia, donde los hombres se comportan egoístamente, con fines exclusivamente materiales. La espiritualidad es un mero instrumento que sirve de justificación a sus impulsos; son seres carnales que viven y mueren como animales. La verdadera humanidad se encuentra en la experiencia con la muerte, en Narayama, la montaña a donde son conducidos los ancianos por sus hijos, para reencontrarse con dios. El personaje de la anciana Orin representa la valentía, quizá, de aceptar el orden en que funciona el mundo, el ser del hombre en su función de perpetuarse en generaciones. La inteligencia con la que la anciana manipula el destino familiar, imponiendo su voluntad, es uno de los aspectos más hirientes del film. En la plasmación de la historia en imágenes el director demuestra una personalidad, que para bien o para mal, no se ha vuelto a ver en sus obras posteriores: prefiere los primeros planos, concentra la atención cada momento en un personaje determinado, narra de forma nada exaltada los hechos más feroces, los símbolos pasan casi desapercibidos al estar integrados en las escenas sin afectación alguna... todo ello dota al film de un halo mágico que conecta al espectador con la intimidad de los personajes, dotándolos de cierta individualidad, y sobre todo, le conecta familiarmente con la casa, el lugar donde los personajes adquieren finalmente su sentido. A pesar de todo, el director no parece confiar totalmente en su capacidad para transmitir a través de imágenes y los constantes subrayados parecen intentar aclararnos por medio de diálogos el significado de secuencias anteriores. El resultado es una pérdida en la fluidez y el ritmo del film. Los elementos expresamente fantásticos parecen acoplados con calzador, lo que no ocurre en el último tramo de la película, a la vez maravilloso y terrorífico, donde la fantasía emerge del mismo retrato naturalista. Otro aspecto negativo se encuentra en la mala elección de alguna de las músicas. Hay que mencionar por último, y en otro orden de cosas, un nuevo fiasco en el doblaje al español, localizado en el sorprendente añadido de la voz de un narrador, que nos impide oír la balada que da título a la obra, un elemento totalmente artificial y extraño que bien podrían haberse ahorrado. (Por: Hamm)
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