Martes, 20 de septiembre del 2005 - Crítica de Sólo un beso.
omo muchos, creo que el realismo de un film no se basa necesariamente en la indentificación con los personajes, la credibilidad de la trama o el género en que este se inscriba. Tampoco creo que exiga el menor compromiso social. Del modo más artificioso, siendo grave o llano, se puede transmitir verdad al espectador. "Sólo un beso" ("Ae Fond Kiss...", 2004) es la confirmación de un Ken Loach menos obsesionado con la veracidad de cada situación o personaje, obsesión que le había llevado a excesos en el pasado, aunque obteniendo así mismo, en el plano más experimental, resultados a veces asombrosos. Loach no abandona su preocupación por evidenciar las contradicciones de la sociedad, pero esta vez la subordina al lirismo de la historia de amor imposible que une a dos personajes con una fuerte entidad individual. "Sólo un beso" cuenta la oportunidad de que dos culturas antagónicas, una que enfatiza la libertad personal, la occidental, otra que toma como unidad social a la familia y sigue estrictamente la tradición, la musulmana-paquistaní, enfrentadas por los prejuicios, se reconcilien con el amor de la pareja. En realidad, lo que se nos cuenta, en una referencia de soslayo al choque de civilizaciones, es la necesidad de que el "extranjero" renuncie a sus costumbres para que exista alguna posibilidad de integración, porque Loach nos sitúa inevitablemente a favor de la pareja, y los obstáculos se interponen únicamente de un sólo lado. Para contrastar, recurre a una crítica de la intolerancia de la Iglesia Católica, que se atreve a juzgar la vida privada de los ciudadanos, crítica que no deja de ser una defensa del mismo valor que enarbola la película en su conjunto, y que pertenece a la esfera de lo occidental. Por todo ello, la película prácticamente se convierte en una prueba para el espectador, que tiene que demostrar su capacidad de comprensión hacia la familia del paquistaní, la cual no es comprensiva en absoluto con la pareja. El director, en cambio, sí nos facilita las referencias (especialmente bella la que en boca del protagonista se nos relata sobre la niñez de su padre, que perdió a su hermano gemelo en su obligado exilio a Paquistán desde la India) para entender las razones de su obcecación en el respecto escrupuloso de la tradición. Loach, que como digo no muestra excesivos esfuerzos en mantener tesis relativistas, nos ofrece momentos de verdadero patetismo de los musulmanes en sus constantes intentos de reconducir al hijo pródigo a la recta senda del honor familiar, siendo especialmente acertadas las que con una inútil perversidad protagonizan los exponentes feneminos del clan. Loach, además, se muestra menos político que de costumbre, lo que no evita alguna que otra aclaración o corrección innecesarias que evidencian todavía su orientación al discurso. Loach está siempre mejor cuando nos sorprende, y lo mejor del film se localiza en los encuentros amorosos de la pareja, plenos de erotismo y a la vez con un admirable afán naturalista. El realizador regresa a España para rodar algunas escenas con sabor mediaterráneo, aunque finalmente la presencia de nuestro país, entrevista, sugerida, tiene escasas consecuencias para el film. Por lo demás, este director inglés, nos demuestra nuevamente sus intachables dotes para la narración (si bien siempre sostenida en tramas previsibles y de gran sencillez), dentro de lo que cabe destacar, en este caso, su dominio de la iluminación como medio narrativo. Los actores están excelentes, muy especialmente los femeninos, y encajan bien en una película que nos hace desear más de un Ken Loach que cada vez se expone menos.
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