Martes, 13 de septiembre del 2005 - Crítica de Frágil.
ras siete años apartado de la direccción, con el ambicioso y fracasado proyecto del Capitán Trueno a sus espaldas, y después del taquillazo de la sorprendente aunque comercial "Airbag", Juanma Bajo Ulloa, uno de los realizadores españoles más interesantes, reaparecía en 2004 con "Frágil", un film de bajo presupuesto y actores poco conocidos. "Frágil" cuenta la historia de una joven aldeana, Venus (Muriel) que decide trasladarse a la ciudad para reencontrarse con su amor de la infancia, un actor, David (Julio Perillán) que se dispone a iniciar una fugurante carrera en el estrellato hollywoodiense. Las atenciones que dirige David a Venus hacen que esta se enamore perdidamente de él, pero el actor va sucumbiendo a las promesas de éxito y gloria de la industria del cine americano y también a la belleza despanpanante de su compañera de reparto, olvidando a Venus. David se ve en la tesitura de mantenerse fiel a sí mismo, o renunciar a sus ideales y embarcarse en una vida diferente de la que puede obtener placeres inimaginables. Bajo Ulloa ha desplazado su interés de los personajes, oscuros, a veces siniestros, complejos psicológicamente, de sus anteriores films ("La Madre Muerta" o "Alas de Mariposa", que obtuvieron el aplauso del público y la aprobación de industria y crítica), y ha preferido en esta ocasión la simplicidad de las emociones y sentimientos más primarios para un cuento sobre la búsqueda del amor y de la propia identidad. Independientemente de cual haya sido el resultado final (malo, en mi opinión), hay que empezar por reconocer al realizador su valentía para embarcarse en una propuesta bien diferente a sus obras anteriores, que le exige un trabajo más complejo e integrado de puesta en escena, que es donde precisamente se muestra mas "frágil" este film. No creo equivocarme demasiado si me aventuro a imaginar a un Bajo Ulloa con las ideas más claras al comienzo que al final de un rodaje seguramente dificultoso, porque la sensación que transmite la película es la de un realizador dubitativo con casi todo: con los personajes o el conjunto estético, con la escenografía y con la misma cámara... El principal problema, sin embargo, se localiza en la elección del punto de vista, y sus consecuencias para el espectador son de largo alcance: se le traslada de un personaje a otro, entre los dos protagonistas, sin centrarse en ninguno, por lo que da la impresión de que se está asistiendo a la narración de dos historias diferentes, aunque en realidad, y seguramente también sobre el papel (del guión, se entiende), la una no tiene sentido sin la otra. Tampoco se muestra seguro Ulloa con la colocación de la cámara y ante la falta de ideas claras, se nos obliga a asistir intermitentemente a una sucesión de planos arriesgados y juegos malabares, alguno de ellos curioso, pero la mayoría de ellos triviales para una película ya de por si inconsistente. La apreciable voluntad del realizador de buscar en cada escena la mínima expresión se queda en nada por el recurso a la vía fácil, es decir, a los lugares comunes, algunas veces rayando en la ingenuidad, en escenas y situaciones que además se toma el gusto de repetir varias veces sin el menor rubor. La escena en la que un grupo de mujeres departen hasta la catársis sobre su soledad (y sobre el macho infiel), si no resulta paródica por lo menos tiene mucho de irreal (se la podría haber reservado perfectamente para una futura comedia). La elección de los actores no podía haber sido más desafortunada, sobre todo en el caso de un Julio Perillán que difícilmente puede intepretar el personaje de un prometedor actor cuando él mismo aún necesita de unas cuantas clases de dicción. En cualquier caso, no hay que dejar de ponerse en su pellejo y, enfrentarse a unos diálogos imposibles, con unos personajes desnaturalizados que no parecen hablar nunca el mismo idioma debe de ser un asunto de gran complejidad y compromiso. El problema de la banda sonora alcanza ya la categoría de caso paranormal, y es que las músicas están totalmente desconectadas de los ambientes que se pretenden describir. Ignoro el por qué de tales elecciones, pero lo que está claro es que elevar a Erik Satie al cúlmen de la elegancia y la sofisticación (descripción de la casa del adinerado actor) sólo puede ser el resultado de una mala información, o de la ignorancia, simplemente. La película saca provecho de sus excesos en los tramos finales del metraje, donde sin dejar de recurrir a las mayores simplezas, se abre paso a la fantasía, con curiosos resultados. También tiene un toque fantástico la conversación que se entabla entre los productores americanos y el protagonista, planteada como un fausto vendiendo su alma al diablo, donde el director tiene tiempo para exponer su crítica a la industria de Hollywood a través de, quizá, los diálogos más interesantes del film. Nada más que decir sobre esta película floja en casi todos sus aspectos, auque disculpable en alguno de sus errores si tenemos en cuenta las limitaciones con las que parten producciones, como esta, de bajo presupuesto.
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