Martes, 06 de septiembre del 2005 - Crítica de La Última Ola.
uien crea que "La Última Ola" tiene algo que ver en algún sentido con los fenómenos climatológicos, que ahora, por desgracia, tenemos tan presentes (huracán Katrina), se equivoca totalmente. En esta produccion autraliana del año 1977, de un Peter Weir en sus primeros años, la lluvia o las olas ocupan un lugar primordial, pero para ayudar al espectador a internarse en la cultura de los aborígenes australianos, en los significados de sus tradiciones y sus leyes; y a la vez para acompañar las diferentes fases del proceso de transformación personal de su protagonista, un joven abogado, blanco y con dos hijas, al que interesan en un caso de asesinato producido en misteriosas circunstancias relacionadas con las prácticas de brujería de los nativos australianos. De una vida familiar tranquila y convencional, pasa a tener que enfrentarse a violentas pesadillas que intentan revelarle un ancestral secreto de terribles consecuencias para sí mismo. Lluvias torrenciales, granizos, vientos tempestuosos, acompañan su ansiosa búsqueda, que le transforma de tal modo que su mujer se siente incapaz de reconocerlo y su padrastro, un predicador, tampoco encuentra el modo de guiarle. Sus sueños han cambiado y las referencias a las que antes se aferraba ya no le sirven. Solo le queda continuar su búsqueda hasta el final. Con esto ya puede quedar claro la intención de realizador en una dirección: la de la introspección y profundización psicológica del protagonista. La segunda intención es la del retrato, en tono crítico, de las relaciones conflictivas o inexistentes (o ambas, porque no son incompatibles) ente el blanco y el nativo, al que vemos, con sus marcadas y hostiles facciones, morando en barrios bajos y protegiendo sus tradiciones de la mirada del colonizador en las cloacas de la urbe. El film nos recuerda los orígenes compartidos entre todo ser humano, ya que a unos sirven las explicaciones de los otros, incluso más que las propias, por ejemplo, frente a la muerte, un universal inseparable de la condición humana, que los aborígenes, tal como apunta el film, parecen haber asimilado mejor a través de sus prácticas culturales. El film tiene una vertiente estética muy acentuada y una parte importante de suspense, que se advierte bien manejada en largos y sobrios momentos de tensión. Sorprende, además, el modo con que el realizador integra muchos de los recursos narrativos propios del terror (afectan incluso a la estructura del film), que incluso mejora con llamativos hallazgos visuales. Por ejemplo, en el agua que en sinuoso discurrir va invadiendo el interior del hogar protector, se puede reconocer algo del actual realizador japonés Hideo Nakata. O los instantes, especialmente impactantes, en los que se encaran el protagonista con los seres de sus alucinaciones, momentos que demuestran como nunca lo productivas que pueden llegar a ser las simples distancias (y el fuera de campo) a efectos dramáticos. En cuanto a los actores, destacar a un Richard Chamberlain solvente en escenas de gran complejidad, como la de la hipnósis, consiguiendo conectar con intensidad con el espectador. El aspecto más negativo se localiza en la pérdida de ritmo de algunos de sus tramos, donde la acción se ralentiza innecesariamente, y en una música que se ha quedado antigua en un film, por lo demás, extraordinariamente moderno para la fecha de su realización. (Por: Hamm).
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