Miércoles, 24 de agosto del 2005 - Crítica de American Splendor.
a fiebre de adaptaciones de cómics que viene dominando desde hace unos años, y con desiguales resultados, la industria del ocio hollywoodiense da también cabida a la aparición de algunos títulos que se separan de las sagas sobre superhéroes para ofrecernos particulares historias provenientes del arte secuencial. En "American Splendor", el héroe, Harvey Pekar, es un vulgar empleado administrativo que vive en una ciudad ordinaria, un tipo corriente que mata su tiempo libre escuchando y coleccionando discos de Jazz. También es un amante de los cómics, y el conocer a Robert Crumb, un conocido dibujante underground, le facilita que este, y después otros autores, lleven al papel algunas de las historias que escribe: anécdotas sobre los avatares de su propia vida y sobre los exasperantes lugareños con los que convive; como él mismo dice, pequeños fragmentos del mundo tal y como es. En una simple línea: "American Splendor" es la adaptación de un cómic autobiográfico. A la vez, y como en la reciente "Sin City". estamos ante un film atractivo pero lastrado por una equivocada forma de concebir lo que debe ser una correcta adaptación cinematográfica de un cómic. La introducción de elementos necesarios en el cómic pero inútiles en la pantalla, como los bocadillos o, más grave aún, de dibujos del mismo cómic; la presencia del propio Pekar como narrador; o los momentos en que se nos desplaza de una escena para que, en todo documental, podamos asistir al rodaje; son todos recusos de discutible utilidad expresiva, que (teóricamente) van en contra del espíritu realista declarado por su autor, y son a la vez una muestra de la pretendida modernidad (o posmodernidad) de este film, que, y esto sí que es preocupante (sobre todo si, como es el caso, es aceptado y hasta premiado por los críticos), parece preferir o confundir el diseño con el arte, es decir, el mostrar con el transmitir. Un segundo problema surge de la síntesis de los trabajos de Pekar: las historias de mayor densidad biográfica no parecen acomodarse demasiado bien con aquellas otras que consisten en ácidas y pesimistas reflexiones (siempre más áridas y rotundas en el cómic) sobre el mundo que le rodea. La alternativa de decantarse por unas u otras hubiera dado dos películas opuestas, ninguna de ellas tan completa, ni tan indefinida y dispersa, como la que analizamos. Paul Giamatti incorpora en su interpretación todas las expresiones posibles de un personaje plano, descrito únicamente por su singularidad y sus obsesiones, en el que además no vemos la menor evolución. Y esto es así, de hecho, porque la preocupación de los guionistas (Pekar y su esposa) y de los directores (Shari Springer Berman y Robert Pulcini) se concentra en recopilar los materiales realizados por el autor, y probablemente, con los ojos puestos en los fans, insistir en ciertos personajes y anécdotas sobre la obra, no en dar sentido a un personaje protagonista que lo necesita imperiosamente, al menos para la pantalla. Se salva quizá, y para finalizar, de este film, la idea que lo subyace, la de la posibilidad de sobrevivirse a uno mismo a través de sus obras.
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