Domingo, 8 de Agosto de 2005 - Crítica de El secreto de Vera Drake.
n "El Secreto de Vera Drake" (Vera Drake, 2004), el realizador inglés Mike Leigh, siempre sobrio a la vez que excepcionalmente personal, nos propone un drama de contornos clásicos en el que se examina la cuestión del aborto a través de la experiencia de una mujer al borde de la vejez, una moderna heroína, un ser abnegado que trata de ofrecer su ayuda a jóvenes en su, digamos, extrema necesidad, sin obtener de ello ningún beneficio, todo lo cual lo mantiene en secreto a su familia. Mike Leigh realiza un film proverbial, un drama que se aleja del cine social al uso, para contarnos una historia de personajes con una profunda entidad, y que sin embargo encuentra su mayor escollo en la indecisión que se observa en el desarrollo de la trama y en la credibilidad de su personaje protagonista, ambos problemas quizá causados por las limitaciones que el propio realizador se impone en su búsqueda de la autenticidad de la obra en sí misma, o quizá por las mismas limitaciones que un punto de vista laico encuentra a la hora de posicionarse al respecto de un tema monopolizado en sus explicaciones por las diferentes versiones del dogma religioso, todo lo cual va en detrimento de la elaboración de un discurso coherente que pudiera guiar la narración. Lo cierto en todo caso es que la película se pierde en ligeras y dispersas reflexiones sin entrar en ningún momento en valoraciones morales, lo que no sería un problema de no querer convencernos también de un personaje, el de Vera, que con su centralidad en el film, tampoco parece tener claro por qué defiende sus actividades, y parece ajena a toda la imaginería social creada en torno al tema en cuestión, a pesar de llevar décadas realizando abortos, de modo que, como ocurre en otros films del director, su existencia empieza y termina en la narración. Vera demuestra una bondad y generosidad extremas, pero el realismo sobre el que se asienta el film, unido a la delicadeza, aún cuando es arrestada y tiene que revelar su secreto a su familia, con que es tratada en todo momento, no crean en el espectador la indignación necesaria para solidarizarse con ella, manifestándose todo como un proceso natural ante el cual el observador tiene poco que opinar. Por otro lado, es cierto también que de igual modo este film noa presenta una historia que trata sobre la familia y la posición de la mujer en una sociedad en transición, y Vera es una mujer dividida entre dos lealtades que acaban entrando en contradicción: la de servir y amar a la familia, y la de servir de ayuda fuera de ella. Sobre el aborto, entonces, queda poco que decir, salvo mostrar en un pequeño apunte social como los ricos hacen uso de sus recursos para evitar los mandatos morales que sí se imponen a los pobres; y también para examinar solapadamente el miedo y la ignorancia, la superstición (que no religión) con que la sociedad se enfrenta a este problema. La sencillez de los presupuestos que toma la obra y el naturalismo con la que está narrada (simplemente, las cosas son así), permiten al menos a su realizador recrearse en el detalle, y demostrarnos sin recato alguno todo su talento en lo que a dirección de actores y escenografía se refiere. Por ejemplo, el instrumental con el que se realizan los abortos tiene una presencia latente a lo largo del metraje: es, en primer lugar, el elemento que simboliza la traición que reserva Vera a su familia; y representa también, después, sobre todo mediante el contradictorio rayador de queso, el modo complejo con que la sociedad se enfrenta a la cuestión. Aunque en muchos casos (por ejemplo, cuando Vera confiesa entre susurros la verdad a su marido) la intención del realizador es patente, hay otros momentos menos destacados pero con una espectacular fuerza dramática y expresiva. Baste con mencionar la escena en la que Reg (Eddie Marsan) con la mirada furibunda de un ladrón, pide la mano de su hija Ethel (Alex Kelly) al padre de esta. Por otro lado, Imelda Staunton realiza una riquísima interpretación, pero su calidad se desperdicia en algunos momentos debido a los problemas comentados de su personaje, especialmente cuando se expone a largas escenas dramáticas que piden a gritos algún aderezo. La economía de recursos narrativos, la sencillez con que son presentados, con un par de pinceladas, algunos de sus extraños pero familiares personajes, y la fluidez con que suceden los acontecimientos, con un control de tiempos extraordinario fruto de la poderosa escenografía, especialmente en el movimiento y en los cambios de actitud de los personajes (y no del trabajo en la mesa de montaje) son algunas de las virtudes que convierten a esta historia sobre la vida familiar en la Inglaterra de los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, en, casi, una obra maestra del cine contemporáneo europeo. (Por: Hamm)
Domingo, 31 de Julio de 2005 - Crítica de Relato criminal.
n "Relato Criminal" ("The Undercover Man"), película dirigida en 1949 por Joseph H. Lewis, se nos narra, alejándose de cualquier intento de reconstrucción histórica, el procesamiento de los grandes jefes de la mafia italoamericana por los agentes del Tesoro. El interés se encuentra, tal como se declara en su preámbulo, en rendir un homenaje a aquellos hombres y mujeres, sean funcionarios de policía, soplones, o sus familiares, que arriesgaron sus vidas, bajo siniestras amenazas, para hacer progresar las investigaciones. El revés de la moneda se encuentra en unos individuos codiciosos, que únicamente se exponen de saber que van a obtener de ello un beneficio; en aquellos otros seres cínicos que se saben seguros de su posición de dominio, capaces de eliminar o convertir en subordinados a aquellos que osen desafiarles en sus intereses; o también, en una sociedad coaccionada, incapaz de reaccionar ante aquellos que corrompen la libertad. La opción que toma el jefe de los investigadores federales, interpretado por Glenn Ford, en una fascinante escena, de retirarse y recogerse en una granja antes de ver dañada a su esposa, para después concienciarse de la trascendencia de su cometido, ejemplifica en el film esta disyuntiva. Es un drama, pues, de tintes shakesperianos, en donde los comportamientos de cada personaje revelan cuestiones universales, pero también es una obra que entronca con las preocupación alrededor del retrato social común a los realizadores del momento en los Estados Unidos. Esta preocupación se detecta al instante en la generosidad de las ambientaciones: la viveza de las calles en donde se desarrolla la acción es rara en el cine clásico americano. Hay un interés por conocer como es la miseria en la que anida el sindicato del crimen, en adentrarse en la cotidianidad de los barrios bajos de Chicago. Uno de los rasgos más singulares del film es la introducción, como personajes secundarios pero determinantes, de los miembros de una familia de origen italiano: en las escenas en las que intervienen, pero también en el resto del metraje, se observa ciertamente un acercamiento al cine neorrealista de aquel país. Hay, en general, una reconocible calidad y riqueza en los diálogos, que definen con precisión a los personajes, y de los que importa tanto su relación con el mundo del hampa como sus relaciones personales y familiares y, sobre todo, como unas interfieren a otras. Mientras tanto, la acción se subordina a los afanes de realismo del proceso de investigación, sin inesperados sobresaltos o complejidades, por lo que tal vez, por la mismas razones, es excesivamente esquemático y reiterativo. La escasa afectación con la que se introducen los prolijos momentos violentos contrasta con algún exceso, sobre todo en ciertos subrayados. La discreta interpretación de Nina Foch se ensombrece aún más ante la presencia de Glenn Ford, soberbio en cuanto se le da la oportunidad, mientras que hay que destacar el acierto en la elección de los actores secundarios. Siempre con la ayuda de los mencionados diálogos y de la brillante escenografía, todos ellos alcanzan una gran humanidad y realismo. Por otro lado, hay algunas escenas que están llenas de intención, como aquella en la que el protagonista se entrevista con un soplón tras las butacas de un cine. Es, en fin, una película recomendable por inclasificable, al ir más allá de cualquier género, incluso del cine negro, correcta en algunos aspectos y excelente en otros, pero escasamente creativa en lo que concierne al arte cinematográfico. (Por: Hamm)
Jueves, 28 de Julio de 2005 - Crítica de Leo.
eo (2000) es la quinta película hasta hoy desde la controvertida "Furtivos" (1975) del realizador español Jose Luis Borau, y también es la que más atención, aunque discreta, ha recibido desde aquella. El punto de partida es tan simple como su desarrollo en la puesta en escena: Salva (Javier Batanero) es un hombre sencillo y guardia de seguridad en un polígono industrial, que se enamora de Leo (Icíar Bollaín), una chica de los bajos fondos. Leo le pide a Salva que, por oscuros motivos que el guardia (a la vez que el espectador) sólo conocerá una vez avanzados los acontecimientos, asesine a su padrastro, un maestro de artes marciales. Borau se reencuentra con las turbias pasiones humanas que tanta fama le valieron en Furtivos y ambos títulos tienen grandes similitudes: para empezar, el planteamiento inicial es muy sencillo, de los que obligan al director a demostrar sus capacidades en la puesta en escena; pocos personajes, los suficientes para formar un triángulo amoroso; y sobre todo, en un fondo de inmoralidad y desorden social o psicológico, el incesto. Las similitudes acaban aquí y las diferencias provienen de la calidad desigual de ambos títulos: hay una acusada falta de elaboración en la puesta en escena, sobre todo en la dirección de actores, con lo que la mayoría de los momentos dramáticos fallan en su intención por su poca credibilidad; la parca descripción de los personajes hace que oscilen dentro de una indeterminación que en ocasiones pasa a evidente contradicción; de los personajes secundarios se podría perfectamente haber prescindido, dada su nula significación; con los protagonistas, las acciones de unos no parecen revertir en las de otros; estos mismos personajes están totalmente desconectados del ambiente suburbano en el que se desenvuelven, a lo que ayuda en poco la equivocada dirección artística; algunos descuidos son clamorosos... Nada que ver con el universo claustrofóbico, compacto y coherente en su concepción, de Furtivos, donde cada elemento y personaje tenía un sentido y una intención en el todo. El director desperdicia la posibilidad de tomar el referente y los recursos del cine negro, para poner su fe en el poder poético de los equívocos, encuentros y desencuentros, sin conseguir el menor efecto en el espectador. Los actores hacen lo que pueden, y Javier Batanero fracasa en su interpretación vacía, sin el menor matiz, de un personaje difícil. En fin, un film que nos hace pensar en un cine español que se merece a realizadores que se tomen más en serio su trabajo. (Por: Hamm)