Sábado, 17 de septiembre del 2005 - Crítica de Los aristócratas del crimen.
uede que de Sam Peckinpah no contemos con grandes obras maestras que avalen su talento, pero lo que nadie puede poner en duda es su importancia en la conformación y evolución del cine moderno, en la reconstrucción de los géneros del cine clásico, en la manera de imaginar a los personajes. "Los aristócratas del crimen" (1975) no es una obra maestra, ni siquiera es un titulo sobresaliente dentro de la filmografía del realizador, pero sí se pueden reconocer en ella las aportaciones arriba apuntadas y que hacen de este director una de las figuras más importantes de la renovación del cine americano. Mike Locken (James Caan) es un detective de una agencia privada que se encarga de hacerle los trabajos sucios al Gobierno. En uno de estos trabajos, Mike es traicionado por su amigo y compañero (Robert Duvall), que con dos disparos le deja inválido. Después de su dificultosa recuperación, y aún cojeando, se le encarga la protección de un político japonés amenazado de muerte por una banda de asesinos capitaneada por su antiguo compañero. "The Killer Elite", en su título original, es una película sobre la ética del poder y los individuos que, conociéndola o no, se ponen a su servicio. En una diferenciada primera parte podemos descubrir las afinidades del film con el tipo de cine de acción (por ejemplo, Bullit) que se hizo popular en la infecunda década de los 70, con sus correspondientes enfrentamientos pistola en mano, persecuciones en coche por las calles de San Francisco, protagonista de carisma, y personajes de dudosa lealtad y/o oscuro pasado. Con la segunda parte del film la personalidad del realizador cobra mayor presencia, las localizaciones se hacen más diversas y la violencia y el suspense aparecen con mayor frecuencia. En esta segunda parte, que representa una disgresión total frente a la primera, la película se interesa además en destacar las diferencias existentes entre el modo de vida americano y el oriental (y las relaciones entre ambos mundos, cada vez más habituales a partir de esas fechas). La fractura en dos partes del film tiene consecuencias de largo alcance y es sin la menor duda la peor elección del guión. Esto es así, en primer lugar, porque el trio de "outsiders" (excelentemente interpretados) que protagonizan el film pasan por esta causa a tener finalmente una importancia discreta, cuando, sobre todo por los títulos precedentes de Peckinpah, se esperaba del realizador que se recrease en las relaciones de unos personajes que han de suponerse simpáticos, pero que no lo son para el espectador. En segundo lugar, la preocupación por la cultura japonesa indicada antes no añade nada al film, y sí que rompe la continuidad de la linea argumental construida firmemente en la más tibia primera parte. Las ansias de venganza del protagonista, su desconfianza hacia un mundo del que todavía ha de recibir mayores traiciones, era suficiente base para una historia que incumple todas las expectativas formadas sobre ella. Se podrá decir, eso sí, que por lo menos sorprende. Por lo demás, los momentos de suspense dejan en bastante mal lugar a un realizador seguramente deseoso de innovar, pero que fracasa en lo fundamental, es decir, en sostener en tensión al espectador. Los brevísimos planos a través de los cuales se desliza un asesino, la sigilosa y lenta llegada de la banda enemiga en la oscuridad, o la profusión de planos en las últimas secuencias, son ejemplos bastante claros en los que se puede advertir el problema al que me refiero. Lo mejor de la película se situa en las escenas finales, en las que, si no se puede econtrar con facilidad un antecedente válido a "Kill Bill", al menos si que nos encontramos con momentos de acción, violencia y crueldad, con diálogos incluso, que bien podrían anunciar a un director como Quentin Tarantino. El lugar donde se ambientan estos trepidantes momentos finales, una serie de grandes y grises barcos en un atracadero, tiene una importancia crucial para la construcción de las escenas, y se integra de forma sorprendente en la acción. Escenas de cierto lirismo que, sin embargo, no llegan a funcionar por alguna razón, seguramente la misma que ya se ha comentando y que es la que hace, de un film en potencia extraordinario, una película menor en la filmografía de un realizador nada olvidable.
Martes, 13 de septiembre del 2005 - Crítica de Frágil.
ras siete años apartado de la direccción, con el ambicioso y fracasado proyecto del Capitán Trueno a sus espaldas, y después del taquillazo de la sorprendente aunque comercial "Airbag", Juanma Bajo Ulloa, uno de los realizadores españoles más interesantes, reaparecía en 2004 con "Frágil", un film de bajo presupuesto y actores poco conocidos. "Frágil" cuenta la historia de una joven aldeana, Venus (Muriel) que decide trasladarse a la ciudad para reencontrarse con su amor de la infancia, un actor, David (Julio Perillán) que se dispone a iniciar una fugurante carrera en el estrellato hollywoodiense. Las atenciones que dirige David a Venus hacen que esta se enamore perdidamente de él, pero el actor va sucumbiendo a las promesas de éxito y gloria de la industria del cine americano y también a la belleza despanpanante de su compañera de reparto, olvidando a Venus. David se ve en la tesitura de mantenerse fiel a sí mismo, o renunciar a sus ideales y embarcarse en una vida diferente de la que puede obtener placeres inimaginables. Bajo Ulloa ha desplazado su interés de los personajes, oscuros, a veces siniestros, complejos psicológicamente, de sus anteriores films ("La Madre Muerta" o "Alas de Mariposa", que obtuvieron el aplauso del público y la aprobación de industria y crítica), y ha preferido en esta ocasión la simplicidad de las emociones y sentimientos más primarios para un cuento sobre la búsqueda del amor y de la propia identidad. Independientemente de cual haya sido el resultado final (malo, en mi opinión), hay que empezar por reconocer al realizador su valentía para embarcarse en una propuesta bien diferente a sus obras anteriores, que le exige un trabajo más complejo e integrado de puesta en escena, que es donde precisamente se muestra mas "frágil" este film. No creo equivocarme demasiado si me aventuro a imaginar a un Bajo Ulloa con las ideas más claras al comienzo que al final de un rodaje seguramente dificultoso, porque la sensación que transmite la película es la de un realizador dubitativo con casi todo: con los personajes o el conjunto estético, con la escenografía y con la misma cámara... El principal problema, sin embargo, se localiza en la elección del punto de vista, y sus consecuencias para el espectador son de largo alcance: se le traslada de un personaje a otro, entre los dos protagonistas, sin centrarse en ninguno, por lo que da la impresión de que se está asistiendo a la narración de dos historias diferentes, aunque en realidad, y seguramente también sobre el papel (del guión, se entiende), la una no tiene sentido sin la otra. Tampoco se muestra seguro Ulloa con la colocación de la cámara y ante la falta de ideas claras, se nos obliga a asistir intermitentemente a una sucesión de planos arriesgados y juegos malabares, alguno de ellos curioso, pero la mayoría de ellos triviales para una película ya de por si inconsistente. La apreciable voluntad del realizador de buscar en cada escena la mínima expresión se queda en nada por el recurso a la vía fácil, es decir, a los lugares comunes, algunas veces rayando en la ingenuidad, en escenas y situaciones que además se toma el gusto de repetir varias veces sin el menor rubor. La escena en la que un grupo de mujeres departen hasta la catársis sobre su soledad (y sobre el macho infiel), si no resulta paródica por lo menos tiene mucho de irreal (se la podría haber reservado perfectamente para una futura comedia). La elección de los actores no podía haber sido más desafortunada, sobre todo en el caso de un Julio Perillán que difícilmente puede intepretar el personaje de un prometedor actor cuando él mismo aún necesita de unas cuantas clases de dicción. En cualquier caso, no hay que dejar de ponerse en su pellejo y, enfrentarse a unos diálogos imposibles, con unos personajes desnaturalizados que no parecen hablar nunca el mismo idioma debe de ser un asunto de gran complejidad y compromiso. El problema de la banda sonora alcanza ya la categoría de caso paranormal, y es que las músicas están totalmente desconectadas de los ambientes que se pretenden describir. Ignoro el por qué de tales elecciones, pero lo que está claro es que elevar a Erik Satie al cúlmen de la elegancia y la sofisticación (descripción de la casa del adinerado actor) sólo puede ser el resultado de una mala información, o de la ignorancia, simplemente. La película saca provecho de sus excesos en los tramos finales del metraje, donde sin dejar de recurrir a las mayores simplezas, se abre paso a la fantasía, con curiosos resultados. También tiene un toque fantástico la conversación que se entabla entre los productores americanos y el protagonista, planteada como un fausto vendiendo su alma al diablo, donde el director tiene tiempo para exponer su crítica a la industria de Hollywood a través de, quizá, los diálogos más interesantes del film. Nada más que decir sobre esta película floja en casi todos sus aspectos, auque disculpable en alguno de sus errores si tenemos en cuenta las limitaciones con las que parten producciones, como esta, de bajo presupuesto.
Sábado, 10 de septiembre del 2005 - Crítica de Hierro 3.
ierro 3 ("Bin-Jip") es el cuarto titulo que podemos disfrutar en España del director surcoreano Kim Ki-Duk, uno de los mejores exponentes de una cinematografía en plena ebullición. Los primeros momentos del film representan ya una declaración de intenciones: un joven que se establece en casas deshabitadas mientras sus dueños están ausentes, se fotografía en ellas y a cambio realiza las tareas del hogar y repara algún aparato electrónico. En una de estas incursiones es sorprendido por una joven con signos claros de haber sido maltratada, y así comienza la historia de amor entre ambos. Bien, pues lo más sorprendente es que estamos ante personajes mudos, que ni entre ellos comparten una palabra, y más aún, ante personajes sin nombre, sin identidad. Por lo dicho ya puede quedar claro el nivel de abstracción en el que se mueve este film, que recurre a lapsos de violencia, situaciones inverosímiles y fantásicas para lograr el debido distanciamiento ante la realidad que se representa, lo que a la vez no impide que se mantenga la complicidad del espectador ante el destino de unos personajes de los que no conocemos prácticamente nada. "Hierro 3" es, al menos tal como yo la interpreto, una parábola sobre la utopía, el desengaño, la pérdida de la inocencia. Sobre la imposibilidad de la justicia y también sobre una sociedad que no admite la disensión frente a sus patrones uniformadores, donde nuestros protagonistas son los refugiados de ese mundo de desolación. El film nos ofrece instantes de gran intensidad poética, muchos de ellos casi coreográficos, momentos deleitosos donde se revela la gran sensibilidad del realizador, que amplia el alcance de la cámara más allá de sus límites invocando la imaginación del espectador, sumergiéndolo en el amor sin límites de sus protagonistas, y oponiéndolo a un amor que sólo significa posesión. Quizás si se le puede achacar al realizador su conservadurismo en estos momentos más poéticos, que parece no querer alargar demasiado, quizá por creer que están por encima de sus posibilidades o quizá por miedo a que se desbarate la fantasía, pero que en cualquier caso evidencian en exceso la presencia del creador. Por otro lado, también se abren algunos interrogantes en torno a la elección del punto de vista, sobre todo en los últimos tramos de metraje. Excelente este film expresivo a la vez que cadencioso, preciosista e imaginativo.